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En un tiempo muy lejano
El muchacho se encontraba erguido. Andaba con el torso desnudo y vestía unos pantalones holgados tipo bermudas. Sus pies los protegía con unas sencillas sandalias. Llevaba puesto sobre el puente de su nariz, una especie de gafas enormes y sumamente extrañas. Se trataba de una mini cámara de televisión y un sensor de distancia y movimiento por ultrasonidos, ambos montados sobre esas aparatosas gafas. Su cráneo rapado,estaba plagado de implantes cerebrales que recogían las imágenes captadas por la mini cámara y el sensor de ultrasonidos, y eran procesadas en el ordenador que llevaba a la cintura. El ordenador, después de procesar las imágenes, activaba una segunda microcomputadora que transmite la señal a las docenas de electrodos de platino
que el adolescente tiene implantados en la superficie del cerebro, en el córtex visual, y las mismas son transmitidas a un receptor remoto donde se procesan y visualizan las imágenes captadas. El chico miró en rededor. Se encontraba en medio de una especie de selva tropical repleta de enormes palmeras, helechos gigantescos y coníferas, increíblemente voluminosas.
Los enormes ginkgos, —el árbol conocido como de los cuarenta escudos—, tapaban gran parte de su visión. Se acuclilló y se ocultó tras unos helechos, acababa de escuchar un sonido parecido a un rugido que le heló la sangre. Al hacerlo, un leve crujido le obligó a desviar la
mirada al suelo encharcado, hacia sus sandalias. Acababa de aplastar una especie de artrópodo de enorme tamaño. La huella de su sandalia había quedado dibujada en el barro, junto al insecto aplastado. Rápidamente le sobrevino una arcada que logró detener, no sin esfuerzo. El hedor que desprendía el bicho era nauseabundo, y la visión de aquella masa uniforme, resultaba del todo vomitiva. El chaval desvió la vista hacia el cielo, más allá de las copas de los titánicos árboles. La cúpula celeste estaba presidida por los débiles rayos del Sol. El astro rey se encontraba en su ocaso; dentro de pocos minutos, la noche caería y sembraría de oscuridad y mil sombras el bosque de helechos gigantes. Su cara dibujó una mueca de asombro, algo no parecía encajar. Consultó su moderna brújula incorporada al cinturón. El muchacho golpeó contra su muslo repetidamente la brújula, no parecía funcionar bien. Así, de cuclillas como se encontraba, tomó su pequeña pizarra plástica y alineó el transportador con el vértice del ángulo del Sol. El Sol, pese a su ocaso, parecía ponerse por el este. Volvió a encogerse sobre sí mismo, el rugido se hizo más audible. Aquella cosa que lo emitía se acercaba
peligrosamente hacia donde el joven se había ocultado. En un arranque de valor, el adolescente apartó con su mano uno de los gigantescos helechos para intentar tener una visión más clara del ser que emitía aquel escalofriante rugido.
Aquellos seres iban en grupo, seguramente de expedición hacia algún lugar indeterminado del inmenso bosque. El adolescente pudo contar desde su escondrijo hasta cuatro de aquellos horribles seres, pero por el ensordecedor ruido que emitían, estaba convencido de que eran muchos más. Miró con desesperación el suelo encharcado en busca de un arma con la que defenderse, pero solo encontró un palo alargado...
YA EN PREVENTA...
EN TIERRA PRESTADA De AMANDO LACUEVA
Escuchad,
humanos: el tiempo se acaba.
En
el Génesis 6:3 Dios dice: "No voy a dejar que el hombre viva para siempre,
porque él no es más que carne. Así que vivirá solamente ciento veinte
años."
La
vida del hombre sobre la tierra tiene sus días contados, 120 años corresponden
a 120 jubileos, así que el tiempo se acaba…
“La
tierra no se venderá a perpetuidad, pues la tierra es mía; porque vosotros sois
para mí como forasteros y advenedizos."
La
Tierra, nuestro amado planeta, no nos pertenece, es un préstamo que tenemos que
devolver a su legítimo dueño. Pero mientras eso ocurre, unos seres reclaman su
posesión... El tiempo prometido ha terminado y llega a su fin. Han venido a
tomar por derecho lo que les pertenece, este insignificante planeta donde
habitan los seres humanos. Se aproxima la hora y con sus ingenios tecnológicos
y su astucia volverán a hacer habitable para ellos el planeta. Solo uno de
nosotros tiene poder para evitarlo, pero tratarán de darle caza. No se puede
impedir lo inevitable... La raza humana está condenada y la Tierra volverá de
nuevo a ser propiedad de sus auténticos amos.
Amando
Lacueva (La Red Final, La Guerra del Francés) nos adentra en una espectacular
trama de ciencia ficción llena de intriga y emoción.
Páginas:
472
Dimensiones:
A5
Encuadernación:
Rústica.
Producto
en preventa con un 5% de
descuento. Novedad de septiembre, salida a final de mes. ¡¡¡472 páginas!!! El
libro de más paginas editado hasta ahora.
Precio: 18,00 €
EL AUTOR
AMANDO LA CUEVA
Amando Lacueva Poveda es
un escritor español. Nació el 26 de noviembre de 1960 en Hellín, provincia de
Albacete y vive en Tarragona ciudad. Empezó escribiendo obras del género
fantástico con la editorial Mundos Épicos. Su primera obra publicada en 2008
fue El triángulo Vikingo. En 2009 con la editorial Hera Ediciones,
publicó se segunda obra sobre las profecías mayas.
Aparcó el género
fantástico para crear una antología histórica sobre Cataluña. Dentro de la
serie Crónicas Catalanas, ha publicado dos títulos sobre la Guerra de Independencia
Española y su argumento se centra en el asedio, asalto y ocupación de la ciudad
de Tarragona.
Gracias al éxito de sus
novelas históricas ha seguido creando para Ediciones Citerior, nuevas entregas
que conforman la serie de Crónicas Catalanas con su obra, Guerra a Ultranza,
Barcelona 1713-1714 y que narra, dentro de Guerra de Sucesión Española en
Cataluña, el asedio a la ciudad de Barcelona. El autor se ha basado
principalmente en la obra de Salvador Sanpere y Miquel escrita en 1905; El fin
de la nación catalana.
Nunca ha abandonado completamente el género fantástico, por lo que en 2011
se publicó una nueva obra con la editorial Quadrivium y en 2014, con Dlorean
Ediciones una obra que encierra mucho de fantástico y ciencia ficción.
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