martes, 24 de febrero de 2015

Weird West: Esclavos de la Oscuridad Cap. 1





Capítulo I

 

Jonathan McIntire bebió un sorbo de su vaso de whiskey y volvió a dejarlo sobre su regazo. El movimiento hizo que la vieja mecedora se balanceara lentamente adelante y atrás. Hacía un buen rato que había pasado la medianoche y ya no quedaba nadie en las calles. Permanecía casi inmóvil, escrutando la negrura de la noche.

Desde hacía algún tiempo venía repitiéndose la misma escena. Cuando ya no soportaba más estar dando vueltas en aquella cama tan grande y tan vacía, se llevaba la mecedora al porche de la casa y simplemente dejaba pasar el tiempo, hasta que llegaban las primeras luces del alba.

Shi Kwei le observaba desde la ventana del salón. Había oído a alguien afuera y se había levantado, por si se trataba de algún visitante no deseado. Le tranquilizó comprobar que se trataba de Jonathan, al menos en un principio. Nunca le había visto con una expresión tan seria. No le conocía desde hacía tanto, pero las terribles experiencias que habían vivido juntos les habían convertido en un equipo. Aunque Shi pasaba buena parte de su tiempo en Chinatown, la casa de McIntire era lo más parecido a un hogar. Y Jonathan y Amos eran lo más parecido a una familia que tenía en aquel país.

La llegada del sonriente muchacho de piel de ébano había sido una bendición. Su carácter jovial y su natural predisposición para realizar todo tipo de tareas llevaban algo de alegría a aquel lugar tan necesitado de ella. Aún así Jonathan estaba diferente,  más callado y  siempre sumido en sus pensamientos.  Desde la muerte de Harriet no había vuelto a ser la misma persona. Jonathan trataba de hacer lo posible para que Amos y Shi no se dieran cuenta de su estado de ánimo. Pero al verle ahora sentado en el porche con la mirada perdida, se hacía más que evidente que no pasaba por su mejor momento. Sus ojos estaban vidriosos y buscaba quién sabe qué en el manto nocturno.

A pesar del sigilo de la oriental, Jonathan se percató de su presencia en la ventana y le hizo una señal para que saliera a reunirse con él.

—¿Tampoco puedes dormir? —le preguntó cuando Shi Kwei apareció por la puerta principal.

—Tengo el sueño bastante ligero. Oí a alguien en el porche y salí a asegurarme de que todo iba bien.

—¿Siempre alerta, eh? —sin esperar respuesta, continuó—. ¿Quieres un poco de whiskey?

La mujer negó con la cabeza.

—Nunca bebo alcohol y tú tampoco deberías hacerlo. Tu cuerpo es tu templo y deberías cuidarlo un poco más.

—Me ayuda a mantener alejados a los fantasmas.

El tono de voz de Jonathan era agrio y amargo.

—Los fantasmas siempre consiguen encontrar el camino de vuelta —dijo Shi Kwei.

Jonathan se quedó como una estatua, hasta que finalmente habló con la voz rota.

—Le fallé, ¿Sabes?

Shi Kwei lo miró confundida, sin saber a qué se refería.

—A mi mujer. Poco antes de que pasara...—dejó la frase inconclusa—. Le prometí que la protegería siempre. Le mentí, no pude hacer nada por ella. Le aseguré que pasaríamos nuestra vida juntos, y ahora ella no está porque no fui capaz de cumplir la promesa que le hice.

Shi Kwei estaba un tanto azorada. En su cultura no eran nada común tales expresiones de sentimientos, si no era con una persona muy cercana e íntima. Sospechaba que el efecto del alcohol tenía algo que ver. Ahora le veía tan frágil, de una manera muy distinta a veces anteriores.

—Lo único que consigues con esa línea de pensamiento es torturarte.  No había nada que pudieras hacer para evitarlo. Nuestro destino es incierto y a veces también cruel. Yo también perdí a mis hermanos luchando contra Shaitan. A veces la pena me ahoga la respiración, pero jamás me arrepiento de lo que hicimos. Esta es la vida que me ha tocado, y no quiero pasarla lamentándome.

Jonathan la miró sorprendido.

—Para ser tan joven eres todo un pozo de sabiduría.

—He tenido buenos maestros. De todas formas no se trata de cuanto has vivido, sino de cómo lo has hecho.

—Brindo por eso —dijo Jonathan un poco más animado alzando su vaso.

—Deja de brindar. Voy a preparar un té bien fuerte, vas a necesitarlo para despejar tu mente.

—¿Té? Bueno, al menos me traerá recuerdos de mis días en Inglaterra  —comentó con poca convicción.

—Espero que sean recuerdos agradables —trató de animarle Shi Kwei.

—No en especial. La mayor parte del tiempo no hice más que perder el tiempo y desperdiciar la fortuna de mi familia.

—Enseguida vuelvo.

Shi Kwei volvió al interior de  la casa y al rato apareció nuevamente, portando dos tazas de humeante té en sus manos. Ofreció una de ellas a Jonathan y las tomaron juntos, sorbo a sorbo y sin decir nada. Simplemente dejando pasar el tiempo hasta que amaneciera.

Fue la sonora voz de Amos la que les sacó del largo silencio. Acostumbraba a levantarse bastante temprano, para atender y alimentar a su caballo y al de Jonathan. Shi Kwei no poseía montura propia. Prefería andar, incluso cuando se trataba de trayectos muy largos o fatigosos.  Además, Amos se encargaba de que hubiese siempre leña cortada para el hogar y en general, de todas las pequeñas reparaciones que necesitaba la casa, porque Jonathan no era precisamente un manitas. Era un muchacho muy hacendoso, de eso no cabía ninguna duda. Apareció en la puerta del porche, estirando su musculoso cuerpo como un gato para desperezarse.

—Buenos días. ¿Ha habido fiesta esta noche y no estaba invitado? —preguntó con su sempiterna sonrisa dibujada en el rostro.

—Ha sido más bien insomnio —contestó  McIntire mostrando su taza.

—¿Que estáis bebiendo? —volvió a preguntar intrigado Amos.

—Té —respondió Shi Kwei.

Amos hizo una mueca de evidente disgusto.

—No gracias. Yo voy a hacerme un café como Dios manda.

Cuando ya volvía a entrar en la casa, Amos pareció recordar algo.

—Por cierto, hay una carta muy elegante sobre la mesa del salón. Viene lacrada y todo. Debe ser para ti, aunque no pone ni remitente ni destinatario.

Jonathan lo miró con extrañeza.

—¿Una carta? ¿Cómo pudo haber llegado hasta ahí? Estoy seguro de que anoche no había ninguna carta en la mesa, ni en ningún otro lugar del salón. Llevo toda la noche sin moverme de aquí, y puedo asegurar que nadie se ha acercado a la casa.

Amos se encogió de hombros ante la retórica pregunta, para la que no tenía respuesta alguna. Los tres se encaminaron al salón para examinar la misteriosa misiva. Se trataba de un sobre blanco, de buen papel pero sin ningún distintivo. Al darle la vuelta pudieron ver un sello, que representaba una letra zeta grabado sobre el lacre.

—¿Algún familiar o amigo tuyo quizás? —preguntó Shi Kwei.

—Ninguno que recuerde ahora mismo y cuyo nombre empiece por zeta —respondió Jonathan mientras abría el sobre.

—Yo tengo un tío llamado Zebulon, pero dudo que se trate de él, porque ni siquiera sabe escribir y mucho menos tiene un sello con tantas filigranas —bromeó Amos para relajar la tensión.

Tras pasar unos instantes leyendo el contenido, y con sus dos compañeros expectantes por recibir noticias, McIntire finalmente dijo:

—Es una invitación de un tal Zardi.  Al parecer requiere de nuestros servicios y nos ruega que vayamos urgentemente a reunirnos con él.

—¿Le conoces? —preguntó Amos.

—Es la primera vez que oigo ese nombre —reconoció, mientras seguía mirando el papel como si le fuese a dar más pistas.

—¿Dónde se supone que debemos reunirnos con él? —fue Shi Kwei la que preguntó esta vez.

—En la casa situada al final de la última calle a la izquierda, según dice el mensaje.

            Los tres compañeros intercambiaron miradas y sin necesidad de decirlo, supieron que solo había una forma de resolver aquel misterio.

 

            Jonathan McIntire llamó a la puerta. No habían tenido ningún problema en localizar la casa, a pesar de lo impreciso de las indicaciones. Era un edificio extraño, como si no perteneciera a aquel lugar. De hecho Jonathan no recordaba haberlo visto anteriormente, aunque presumía de conocer bien aquella parte de San Francisco. Estaba hecho de ladrillo y parecía muy poco práctico para el clima de la soleada California.

            Un hombre les recibió cuando la puerta principal se abrió. Debía aparentar entre los cuarenta y los cincuenta años, pero algo en sus ojos indicaba que era mucho más viejo. Su atuendo era elegante y al igual que la casa, parecía también fuera de lugar. Su pelo, bien peinado y completamente canoso, le daba un aire aristocrático, y el monóculo que lucía ayudaba a reforzar dicha sensación. Cogido entre sus brazos, llevaba a un gato de pelaje marrón al que le faltaba un ojo.

            —Hola, mi nombre es Zardi. Bienvenidos a mi humilde morada, les agradezco la prisa que se han dado en venir. Pasen, por favor —dijo acariciando la cabeza al poco agraciado gato.

            Shi Kwei tenía una especial sensibilidad para detectar el aura de las personas. De inmediato se dio cuenta de que la sensación de poder que se respiraba en el lugar resultaba abrumadora. No estaba del todo segura si dicha sensación provenía de Zardi o del gato.

            Entraron en lo que tenía toda la pinta de ser un tienda de antigüedades. Había montones de libros, apilados en estanterías por todos lados. Llamaban también poderosamente la atención las vitrinas, en las que se encontraban expuestos todo tipo de objetos, a cada cual más raro. Un bastón con un pomo que imitaba a una cabeza de gato, un pequeño cubo de color negro con sus caras ornamentadas con distintos tipos de grabados dorados y una sencilla copa de madera muy antigua. Esos fueron algunos de los que alcanzaron a ver, antes de ser invitados a la trastienda por su misterioso anfitrión. Una vez estuvieron todos cómodamente sentados, Zardi se dirigió nuevamente a ellos.

            —Es un placer conocerles en persona. Teniendo en cuenta su línea de acción, era cuestión de tiempo que nos acabáramos conociendo.

            —¿Nuestra línea de acción? —preguntó McIntire intrigado.

            —¿No son ustedes acaso los cazadores de vampiros que acabaron con los Drácula y con Shaitan, el señor de la corte vampírica china? —respondió Zardi con una nueva pregunta.

—Perdone mi desconfianza. ¿Cómo ha sabido de nosotros? No es que hayamos hecho mucha publicidad, más bien ninguna —dijo McIntire.

            —Soy un hombre muy bien informado. Necesito urgentemente de sus servicios. Estoy dispuesto a contratarles, el precio no importa.

            —No perdemos nada escuchando la oferta del caballero —dijo Amos a Jonathan McIntire.

            —Sí, yo también creo que deberíamos oír lo que tiene que decir.

            Las palabras pronunciadas por Shi Kwei parecían dejar traslucir que la joven china sabía algo que sus compañeros ignoraban. McIntire seguía mostrándose bastante reticente, aunque no podía negar la lógica de lo dicho por Amos y Shi.

El gato tuerto saltó de los brazos de Zardi al suelo y se marchó, como si su trabajo allí ya hubiese terminado.

—Parece que Hades no se quedará con nosotros el resto de la reunión —dijo Zardi.

—Sí, es una pena. Echaremos de menos su grata conversación. Y ahora si fuese usted tan amable de contarnos por qué nos ha llamado —le recordó Jonathan al presunto anticuario.


Continuará....




Escrito por Raúl Montesdeoca/ Portada: Néstor Allende




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