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martes, 19 de mayo de 2015

Entrevista a Joaquín Sanjuán



Hoy hablamos un poco con el autor Joaquín Sanjuán, aprovechando la preventa de su libro temático dedicado al director y guionista Joss Whedon: Los Mundos Fantásticos de Joss Whedon.



En primer lugar, ¿Quién es Joaquín Sanjuán?

A estas alturas imagino que los habituales de Dlorean ya me conocerán, pero, de todas formas, para los despistados, Joaquín Sanjuán es un juntaletras que se pasa las horas muertas perdido en mundos fantásticos, tanto literal como metafóricamente hablando. Luego, claro, siento la imperiosa necesidad de plasmar mis vivencias no vividas por escrito y así doy forma a novelas, relatos, guiones de cómics y muchas otras cosas que voy haciendo.

 



Este año se cumple el quinto aniversario de la publicación de Leyendas de Lácenor. ¿Cómo te sientes ante un acontecimiento tan especial?
¡Entusiasmado! Leyendas de Lácenor tiene sus virtudes y sus defectos, naturalmente, pero La Ciudad Blanca, primera novela de Lácenor (y cuya publicación hace cinco años fue el inicio de la saga) es para mí algo muy especial y que me produce un gran orgullo. Fue además mi primer libro publicado, y ya se sabe que el primero nunca se olvida.
 
La primera edición de La Ciudad Blanca
 
 
Por todo esto quería celebrar de algún modo este quinto aniversario, y con esa intención he preparado, con ayuda de varios amigos, el Especial V Aniversario de Leyendas de Lácenor. Este podrá descargarse gratis en formato digital a partir del 22 de mayo, desde la página de Dlorean Ediciones, y contiene la tercera novela de la saga, titulada Héroes y villanos, así como una antología con quince relatos, una galería de ilustraciones y cuatro cómics, todo ello situado en Lácenor. Es un regalo para los lectores, especialmente para aquellos que me han seguido durante estos cinco años.

 
 
Las novelas de Leyendas de Lácenor en Dlorean
 

 

Aparte de las novelas de Lácenor, llevas ya unos libros temáticos a tus espaldas, como El Mundo de Urasawa y Comando G: el libro. ¿Qué nos puedes contar de ellos?

Son dos libros que me encargó en su día la editorial Dolmen, y lo cierto es que la temática la eligieron los propios editores. En ese entonces yo llevaba poco tiempo como articulista de la revista, y a raíz de esos artículos tuve esta oportunidad. Por supuesto, no la desaproveché. Son, en realidad, dos libros muy diferentes, pese a ser ambos temáticos sobre el mundo del cómic. El mundo de Urasawa es un libro muy de investigación y análisis de la obra de este autor, mientras que Comando G: el libro está menos enfocado a aficionados con cierto nivel de especialización y conocimiento y más a nostálgicos que crecieron con la serie. Lo cierto es que me llevó mucho más trabajo el primero, pero irónicamente el segundo llamó muchísimo más la atención de los medios de comunicación, y fui entrevistado por un montón de sitios, entre ellos para la página de RTVE. Me quedé bastante sorprendido, aunque debí imaginarme que, dada la temática, iba a pasar algo así.

 
 


Los mundos fantásticos de Joss Whedom es un libro que repasa la trayectoria del director y guionista. Háblanos un poco de él y de qué pueden encontrar los lectores en este título.

En este caso he hecho una labor muy en la línea de la que hice en El mundo de Urasawa. El resultado es un libro en que plasmo un trabajo de investigación y análisis de la obra de Joss Whedon. De hecho he procurado reducir al mínimo los espacios dedicados a contar lo que pasa en series y películas, a sinopsis y tal, y maximizar el que analiza las distintas obras, relaciona las temáticas y estudia la forma de escribir de Joss Whedon. Es un libro muy especializado, idóneo para todo aquel que sea seguidor de este grande.

 

¿Te resultó complicado reunir toda la información y documentación para hacerlo?

No, la verdad es que no. A diferencia de lo que pasó con los dos que escribí para Dolmen, el libro sobre Joss Whedon lo escribí porque quería hablar de los trabajos de este autor. No tuve que hacer demasiada investigación porque ya conocía y había visto todos sus trabajos, la mayoría de ellos varias veces. Sí que hubo documentación, evidentemente, pero no es lo mismo trabajar con algo que te resulta familiar que con algo que conoces de lejos, como me pasó con Urasawa. Aquello sí que fue una paliza. Pero, en cualquier caso, hoy en día solo hace falta un ordenador con conexión a internet y echar horas para reunir información y documentación sobre cualquier cosa. Tampoco se me hizo pesado, de hecho aproveché para, con la excusa, volver a disfrutar de todos los trabajos de Whedon.
 
 

 

¿Es más difícil escribir una novela o un libro de estas características?

Es muy diferente, y cada cosa tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La novela significa creatividad, dejar volar la imaginación, dar forma a tus propias ideas. El libro de ensayo, en cambio, es mucho trabajo, mucha documentación y poca creatividad. La novela me permite dar rienda suelta a mis impulsos creativos, me permite perderme en otros mundos y contar aventuras, resulta más relajante en ese sentido, pero también lleva mucho más trabajo en lo que respecta a escritura. Un libro de ensayo, a pesar de que necesita que le dediques muchas horas repartidas entre investigación y escritura (en conjunto, al menos en mi caso, más que una novela con una extensión similar), es más cómodo de escribir, precisamente porque no usas un estilo literario, que siempre debe estar más trabajado. El libro de ensayo con que esté escrito con corrección y bien redactado es suficiente. Además, no tienes que preocuparte porque las musas estén en horas bajas, ya que aquí no hay inspiración que valga: si tienes la información necesaria, puedes escribir. El libro de ensayo es más monótono de hacer, pero también más fácil. Puedes levantarte después de una mala noche sin pegar ojo y ponerte a trabajar en un libro de ensayo, pero para una novela necesitas estar más fresco, o el resultado se resiente mucho (si es que eres capaz de hacer algo decente). Naturalmente todo esto es mi experiencia, cada persona lo vivirá de una manera diferente.
 
El libro más completo del mercado sobre Joss Whedon

 

Seguro que tienes un buen número de proyectos entre manos. Háblanos de ellos en la medida que puedas.

Algo hay en marcha. Participo en dos nuevas antologías con Dlorean, de las que no daré detalles porque no sé si se puede, pero que saldrán, creo, a lo largo del año. También con Dlorean tengo pendiente una novela corta para el cuarto volumen de Weird West, donde me codearé con muchos compañeros de la editorial, como Naharro, o Néstor Allende, entre otros. Fuera de esta editorial estoy trabajando en unos cómics para TS Comix, junto a mi socio José Manuel Triguero y a un gran equipo de personas. También estoy preparando algunas cosas para un juego de rol, el tercero para el que escribo. A nivel personal estoy trabajando en una novela de fantasía histórica con la que estoy muy ilusionado. Y mucho más. Ya sabes cómo es esto: una vez empiezas, no puedes parar. Ni quieres.

martes, 12 de mayo de 2015

Weird West: Esclavos de la Oscuridad Cap. 12


 
 
 
 
 
 
Capítulo XII

 

La vida se le escapaba por momentos. Jonathan McIntire podía notar los crujidos de sus propias vértebras. La presión de las garras del vampiro se intensificaba y los pulmones le ardían por dentro, debido a la falta de oxígeno. No podía esperar ninguna piedad ni clemencia en su captor. No había espacio para sentimientos de ese tipo en la faz del muerto viviente. Con las neblinas de la inconsciencia bordeando el campo de visión, Jonathan intentó nuevamente liberar el brazo en el que portaba el colt. Una vez más resultó imposible, era como tratar de mover una montaña.

            Amos continuaba postrado, luchando para intentar recuperar el control del cuerpo, que parecía negarse a obedecer. Sudaba copiosamente y los dientes le rechinaban por el esfuerzo. No era una pugna únicamente a nivel físico, el duelo de voluntades contra el Barón Samedí era titánico. Incluso inclinado ante su enemigo, una chispa de rabia le ardía en el corazón. Se negaba a rendirse definitivamente. No estaba dispuesto a ceder hasta que hubiera echado el último aliento.
 
 

            Shi Kwei todavía conseguía mantener a los zonbi a raya, mas no sin tener que ir cediendo terreno palmo a palmo. El muro detrás de ella estaba cada vez más cerca, y entonces ya no habría ningún lugar al que retirarse.
 

            McIntire giró la cabeza a la derecha, uno de los pocos movimientos que podía permitirse hacer estando inmovilizado por la presa del vampiro Marcus. Se percató de que tenía al Barón Samedí en línea de tiro. Era un intento desesperado. Corrigió como pudo la trayectoria del cañón con la muñeca, a pesar de que sentía que de un momento a otro los huesos iban a astillarse.

            Disparó dos veces e impactó en pecho y cuello del hechicero no muerto, que dio un respingo por la sorpresa y el dolor que causaban los proyectiles.

            ―¡Maldito idiota! ―gritó enfurecido Samedí―. ¿Realmente pretendías acabar conmigo? Ni siquiera has usado balas de plata. Ha sido un gesto muy estúpido y me aseguraré de que pagues por ello.

Marcus aflojó momentáneamente la presión ante la inesperada reacción del humano. Miró en dirección a Samedí y los ojos se le abrieron como platos, al contemplar un detalle que hubiese pasado inadvertido para cualquier otro. Uno de los impactos de McIntire había hecho trizas el collar de huesos de su amo y yacía ahora en el suelo, a escasos metros de donde se encontraba. Engarzado en el collar estaba la pequeña bolsa de cuero, el gris―gris a través del cuál Samedí tenía control sobre él.

En un solo segundo, miles de pensamientos y posibilidades cruzaron por el cerebro de Marcus. La decisión fue rápida, era una ocasión única. Pasaría una eternidad hasta que tuviera la libertad tan al alcance de la mano. El Barón no parecía haberse dado cuenta de que había perdido sus abalorios y Marcus tenía la ventaja de su parte.

Dejó caer como un guiñapo a McIntire, el cual agradeció como nunca el dulce aire que trataba de inspirar a grandes bocanadas. Marcus hizo uso de su inhumana velocidad y se abalanzó sobre el amuleto, que asió con fuerza entre sus manos.

―¡Estúpido! ¿Por qué has abandonado tu puesto? ―le recriminó el Barón Samedí.

El hechicero se llevó de manera inconsciente la mano al cuello, como hacía siempre que ordenaba algo a su siervo. Una mueca de preocupación se dibujó en su rostro cuando no encontró más que aire en el lugar donde debía estar el collar. El gesto se fue tornando en auténtica rabia cuando vio la sonrisa desafiante de Marcus, con el amuleto gris aferrado en su puño.

―¡Traidor! ¡Lo echarás todo a perder! ―gritó henchido de odio.
 
 

El Barón Samedí se lanzó sobre el rebelde lacayo y comenzó la lucha entre los dos no muertos. Se hacía difícil ver qué era lo que estaba sucediendo realmente, para el ojo humano no era más que una maraña de garras y colmillos que se movían a una velocidad asombrosa. Una horrenda cacofonía de gruñidos inhumanos llenó la estancia. Se revolvían como dos fieras salvajes, hincando mordiscos allí dónde alcanzaban y rasgando la carne de su adversario con las afiladas uñas que poseían. Eran la misma furia desatada del infierno.

Para Amos fue como si le hubiesen quitado una losa de encima. Notó un agradable hormigueo y como el calor le iba volviendo a las extremidades. Comenzaba a recuperar el movimiento. El Barón Samedí no podía mantener la concentración del hechizo vudú, enzarzado en un combate a muerte con Marcus. Tenía otras preocupaciones más urgentes. Sin perder más tiempo del estrictamente necesario, volvió a coger la escopeta Winchester. Con manos aún temblorosas cargó cinco cartuchos especiales de sal en el arma. Puso una rodilla en tierra y apoyó el codo en la otra pierna para ganar algo de estabilidad al apuntar, ya que los músculos no terminaban de responder del todo. Descargó sin pausa una lluvia de sal sobre los zonbi que comenzaban a rodear a Shi Kwei. Muchos de ellos cayeron fulminados. Los que no lo hicieron, quedaron aturdidos, con movimientos torpes y lentos. Para Shi no fue un gran problema acabar con los que quedaban en pie.

En aquel instante un rugido de triunfo atrajo la atención de los cazadores.

Era el Barón Samedí. Celebraba con el gutural aullido su victoria sobre el traidor Marcus, que se hallaba tendido a sus pies, con el cuello tan destrozado que la cabeza seguía unida al cuerpo por meros jirones de carne.

―No necesito sirvientes, no necesito zonbi, no me hace falta nadie para acabar con vuestra patética existencia ―amenazó con un tono que helaba la sangre en las venas.
 
 

Shi Kwei no se dejó amedrentar. Desde que tenía uso de razón había sido entrenada para enfrentarse a las fuerzas oscuras. Poseía el conocimiento de muchas generaciones de cazadores de vampiros, miembros de su familia que la habían precedido en la sagrada misión. Cargó contra la criatura del infierno, embistiendo con la hoja derecha al frente. El vampiro esquivó hacia el lado contrario y la muchacha descargó un tajo con la izquierda, anticipándose a su reacción. Consiguió abrir una buena brecha en uno de los costados del monstruo, que aulló nuevamente, aunque esta vez no fue de triunfo sino de dolor.

El Barón Samedí lanzó un manotazo tratando de ahuyentar la fuente de su tormento. Shi Kwei intentó bloquear el barrido. Aunque no se llevó el golpe de lleno, resultó derribada por la increíble fuerza que poseía aquella monstruosidad. Samedí ya no hablaba ni profería amenazas. Su mente se había retrotraído a un estado prácticamente animal. Apenas quedaban en él más que instintos y una furia y una violencia desatadas.

Jonathan McIntire disparó desde el suelo. La bala atravesó el hombro derecho de la bestia con forma de hombre. Una picadura de mosquito para aquel engendro, pero lo suficiente como para que centrara la atención sobre él. El odio que había en la mirada del monstruo superaba toda descripción. Quizás los últimos restos de humanidad que quedaban en su consciencia se preguntaban porqué seguía luchando aquel ser débil y a las puertas de la muerte, a sabiendas de que no podía herirlo.

El Barón Samedí llegó a ver como Amos se le echó encima demasiado tarde. El joven supo ver la ventaja que le proporcionó el disparo de McIntire. Blandiendo una afilada estaca de madera con ambos brazos, a modo de la lanza corta, la clavó en el pecho del vampiro. El monstruo abrió los ojos de forma desmesurada y por unos momentos pareció que se le iba a romper la mandíbula, de tanto que la estiró por el gesto de agónico dolor que sintió. De inmediato comenzó a lanzar zarpazos para defenderse y alejarse de Amos. El muchacho de piel de ébano iba a tener unas cuantas nuevas cicatrices de las que presumir, si lograba sobrevivir a este día, cosa que aún estaba por ver.

La estaca de madera seguía incrustada en el pecho del Barón Samedí, pero no había conseguido atravesar del todo el corazón del monstruo. Aunque le ardía el pecho como si una lanza al rojo vivo le atravesara, todavía se mantenía en pie. Su ferocidad parecía haberse esfumado. Miró a su alrededor y vio como McIntire volvía a disparar contra él. Para su tranquilidad solamente se oyó el ruido del mecanismo del arma, pero no detonó ningún proyectil. Se había quedado sin munición. Amos estaba malherido pero no derrotado, y la china ya intentaba volver a ponerse nuevamente en pie. El vampiro comenzó rápidamente a considerar la posibilidad de una retirada por primera vez.

Reuniendo las fuerzas que le quedaban, se dirigió renqueando hacia el túnel de salida. Debía huir para vivir y poder luchar otro día. Planearía su venganza y les haría pagar todos los inconvenientes que había sufrido, con creces.

Cuando ya casi podía alcanzar con las manos el inicio de su vía de escape, notó una ligera vibración en el aire detrás de él. Momentos después cayó hacia delante como un saco de patatas, con una de las espadas cortas de plata de Shi Kwei profundamente enterrada en su espalda. Su inhumana resistencia no pudo soportar más castigo y abandonó la existencia como no muerto sin proferir un triste sonido.

 

Marie Laveau se agitó inquieta en su lecho. Se incorporó y quedó sentada sobre el cómodo colchón, descansando los brazos sobre sus rodillas. A pesar de que las ventanas y contraventanas de su lujoso dormitorio se encontraban cerradas, podía notar el sofocante efecto del calor y de la bochornosa humedad de Nueva Orleans en la habitación. Sus movimientos despertaron a Pierre, un hermoso joven de raza negra que dormía a su lado.

―¿Qué ocurre madame? Aún es de día ―preguntó extrañado.

―Jacques ha muerto.

―¿Quién es ése?

―El que envié como mi representante para que se hiciera con el control de San Francisco ―explicó la sensual mulata.

―Oh, lo siento. ¿Teníais un especial apego por él?

―En realidad no. Jacques era un advenedizo que me apoyó contra Salomé porque le convenía. Creí ver en él las cualidades para ser un buen general, pero está visto que me equivoqué. Si hay algo que lamentar, es que no haya cumplido su objetivo. En esa ciudad hay mucho poder. Drácula lo sabía, por eso la eligió para regresar del infierno. Las balanzas de poder están cambiando entre los clanes vampíricos, quién se haga con el control de San Francisco dispondrá de una enorme ventaja respecto al resto.

Pierre asintió, comprendiendo.

―Tendremos más oportunidades. Al fin y al cabo, nos sobra el tiempo. ―dijo Laveau, mostrando sus afilados colmillos con una impúdica sonrisa dibujada en sus carnosos labios.

La conversación hizo que Ferdinad también se despertara en el otro lado de la cama.

―¿Qué sucede? ―preguntó somnoliento.

―Nada que deba preocuparte, mon amour ―respondió mientras le acariciaba lascivamente la entrepierna bajo las sábanas.

 

 

¿FIN?

 
Escrito por Raúl Montesdeoca 



 





 





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martes, 5 de mayo de 2015

Weird West: Esclavos de la Oscuridad Cap. 11

 
 
 
 
 
Capítulo XI
 
Derrotar a los guardianes había sido relativamente sencillo. Shi Kwei había seguido a uno de los espías de Samedí hasta su guarida y descubrió la presencia de los muertos vivientes que custodiaban el acceso al lar de la bestia. Cayeron sobre ellos por sorpresa.
Los cartuchos rellenos de sal demostraron ser un gran acierto. Amos dijo una blasfemia bastante gorda al comprobar la efectividad de los proyectiles en los zonbi. Al recibir la sal caía de inmediato, si la sustancia se introducía en los pulmones o estómagos, o bien quedaban ralentizados cuando recibían el impacto en otro lugar de su anatomía. Eso daba tiempo a que las afiladas espadas de Shi y la letal puntería de McIntire causaran estragos en sus filas. El único contratiempo que había sufrido Jonathan fueron unas astillas de madera que se le clavaron en el brazo izquierdo, muy cerca del hombro. Uno de los guardianes acertó a usar una escopeta recortada. Jonathan corrió a cubrirse tras el hueco de la puerta en la fachada. Aunque no le acertó directamente, la lluvia de postas reventó en cientos de pequeños trozos el marco, que salieron volando en todas direcciones.
Shi Kwei trató de convencer a Jonathan para que le dejara tratar las heridas, a lo que éste se negó. Se desató el pañuelo que llevaba al cuello y lo enrolló fuertemente alrededor del brazo, a modo de torniquete.
―Esto bastará por ahora.
No tardaron en descubrir el acceso secreto bajo la mesa. Al levantar la trampilla y ver el túnel que se hundía en la tierra tuvieron la sensación de que aquel lugar emanaba oscuridad.
―Yo iré primero ―dijo Shi Kwei.
―No me parece buena idea ―apuntó Amos.
―Créeme que no lo hago por una cuestión de valentía. Se trata más bien de estrategia. El túnel es muy estrecho; eso nos obligará a ir en columna de a uno. Cuando nos encontremos con el enemigo, mi ayuda será inútil si no estoy en primera fila. Yo, en cambio, al ser más pequeña no entorpeceré tanto si voy delante. Os daré espacio para que uséis las armas de fuego.
―Empiezo a odiar que siempre tengas razón ―dijo Amos mostrando los blancos dientes
Shi Kwei puso su mano en el pecho de Amos, y antes de entrar a aquel pozo de oscuridad le dijo:
―Es bueno volver a verte sonreír.
Amos se ruborizó ante el comentario. Iniciaron, pues, la marcha. El hombretón de color fue detrás de ella y Jonathan cerró la marcha. Avanzaron por el claustrofóbico pasadizo unas decenas de metros, hasta llegar a una sala más amplia. El ambiente era insano, húmedo y sofocante a más no poder. Apenas había luz, tan solo la que se colaba desde la rendijas de los pesados cortinajes del otro lado de la estancia. No había otro sitio al que ir, nada más hacia adelante.
De pronto, las cortinas se abrieron. Ante ellos pudieron ver una escena digna de la peor pesadilla. Un numeroso grupo de zonbi se les echó encima. Tras ellos, y en el fondo de la amplia cámara, sentado sobre un trono de huesos, se encontraba un ser salido del averno. La cara era la de la muerte y la piel negra como la noche, con un aura que supuraba malignidad. Llevaba puesto un sombrero de copa que podría haber resultado ridículo a priori, mas no había en él nada que tomarse a broma. Su imagen era el puro terror encarnado. Un halo de miedo, probablemente intensificado por las habilidades mágicas de la infernal criatura, se extendía desde su persona por todo el área. Y a sus pies se hallaba otro de la maldita estirpe de los vampiros, a juzgar por el tamaño de sus amenazantes colmillos.
 
La mera supervivencia les obligó a centrar la atención en el peligro más inmediato. Los cadáveres devueltos a la vida por la magia negra de Samedí se acercaban sin pausa. No llevaban armas, pero sabían que la criaturas poseían gran fuerza, y que con manos y dientes eran más que capaces de acabar con sus vidas si no tenían cuidado.
Amos abrió fuego contra los zonbi. Como un resorte tiró de la palanca de la escopeta de repetición Winchester y disparó una segunda vez, dejando a dos de los monstruos inmovilizados y bastante dañados.
McIntire disparó a la cabeza de uno de los cadáveres andantes, abatiéndolo al momento. Al repetir el intento la bala solo rozó el cráneo del objetivo, quedando atontado por unos momentos, aunque no fuera de combate.
Shi desenfundó las espadas y se adelantó unos pasos. No cargó, quedó a la espera de que los muertos que caminan se fueran acercando. Tuvo especial cuidado de no interponerse en la trayectoria de tiro de sus compañeros.
La Winchester continuó causando un considerable castigo entre los zonbis. Amos decidió hacer uso de los cartuchos que le quedaban en la recámara. No iba a tener tiempo de volver a cargar antes de entrar en el cuerpo a cuerpo, pues ya los tenían casi encima. No tenía sentido guardar munición. En rápida sucesión disparó los tres proyectiles que restaban. Consiguió derribar a dos porque el tercer tiro no logró causar más que daños superficiales.
Jonathan remató al que había dejado tocado en su anterior andanada y eliminó a otro más, con dos certeros tiros a la cabeza. No quiso precipitarse a gastar más proyectiles y arriesgarse a fallar. El revólver todavía podía ser útil en el cuerpo a cuerpo.
 
Fotograma de Kung-fu y los 7 vampiros de oro
 
Cuando los muertos reanimados alcanzaron la melé con la china, se encontraron con una barrera de cortante metal. Shi Kwei lanzaba estocadas sin fin y, cuando los enemigos trataban de alcanzarla, los esquivaba de un ágil salto. Caía grácilmente sobre los pies y volvía a golpear a un nuevo adversario, aprovechando el impulso de los brincos. Manos, piernas y cabezas resultaban desmembrados en cada una de las acometidas. El espacio a cubrir era demasiado amplio y la joven china no pudo impedir que uno de los zonbis la sobrepasara, cargando contra McIntire.
Jonathan pudo interponer el brazo izquierdo para cubrirse del ataque, no sin que el engendro le propinase un fuerte mordisco. Como una bestia, el zonbi se agitaba sin soltar la presa, tratando de arrancar carne y músculo. Aullando de verdadero dolor, la reacción de McIntire fue alojarle al no muerto las dos balas que quedaban en el Colt entre las cejas. Dos chorros brotaron de la parte de atrás de la cabeza del muerto viviente, esparciendo sesos, sangre y restos de hueso.
Amos empuñó el Winchester como improvisada maza. Ayudándose de su atlética musculatura, hundió el cráneo del zonbi más cercano con un desagradable crujir de huesos. El abominable engendro aún dio unos pasos tambaleantes para terminar cayendo poco después como un fardo sin vida. No pudo impedir que dos de las monstruosas criaturas le arañasen el pecho con las uñas, haciendo brotar la sangre y empapando de rojo su blanca camisa, que también quedó hecha trizas.
Shi Kwei continuó repartiendo tajos a diestra y siniestra con sus cortas espadas gemelas de plata. Jonathan desenfundó un nuevo revólver y comenzó a repartir plomo con una mortal precisión entre los cadáveres andantes. Los monstruos no desfallecían ni se rendían. Y no parecían tener fin.
― ¡Marcus, acaba con ellos! ―ordenó el Barón Samedí a su lacayo vampírico.
A Marcus no se le veía particularmente entusiasmado con aquel plan. Trató de resistirse a obedecer a su amo. Entonces, el bokor pellizcó con sus afiladas uñas el contenido de la bolsa que llevaba al cuello y un frío glacial invadió el pecho de su siervo. La voluntad de éste se hallaba en manos del Barón Samedí, condenado a ser su eterno esclavo. Marcus maldijo su suerte antes de empezar a avanzar con cautela hacia la matanza que se desarrollaba ante sus ojos.
El Barón Samedí tomó entre las manos un bastón adornado con plumas, que descansaba apoyado en el trono de huesos y cuyo extremo superior terminaba en un cráneo de bebé. Señaló a Amos, apuntándole con la siniestra reliquia.
 
Fotograma de American Horror History
 
― ¡Arrodíllate ante mí, perro! ―gritó furioso el hechicero.
Amos notó como sus articulaciones comenzaban a quedarse rígidas. No era solo la rigidez, había algo más. Como si alguna fuerza externa tratara de apoderarse del control de su cuerpo. Sintió náuseas y vértigo, hizo todo lo posible por mantenerse erguido. Las fuerzas le abandonaban y cayó de rodillas. Tuvo que apoyar las palmas de las manos sobre el suelo para no acabar tendido de bruces. Un grito de rabia e impotencia se le escapó de los pulmones; aquello no podía estar sucediendo. Nunca más ser un esclavo, pero ahí estaba postrado ante aquel maldito vampiro.
Los zonbi perdieron todo interés por el derrotado Amos y se arremolinaron alrededor de Shi Kwei. El filo de sus hojas cortaba la carne de los resucitados, pero no tenía con ellos la misma efectividad que con los vampiros. La única manera que parecía haber para terminar con ellos era cortarles la cabeza, algo nada fácil cuando tenía que combatir a tantos enemigos a la vez. Debía mantener a raya más de una docena de brazos y media docena de bocas que trataban de morderla. Las posibilidades de victoria se desvanecían con cada nuevo zonbi que se unía a la refriega.
Jonathan McIntire se libró del último cadáver andante que le atosigaba con un tiro que le reventó el cráneo. Cuando se disponía a acabar con uno de los que peleaban contra Shi Kwei, notó una férrea presa en el cuello que amenazaba con triturarle la tráquea. Era Marcus; se había movido como un relámpago y ahora le tenía cogido con la mano izquierda, las afiladas uñas hundiéndose en su carne lentamente. El dolor era terrible y no podía respirar. Trató de levantar el Colt que aún empuñaba hacia su captor. Fue inútil porque Marcus lo inmovilizó de inmediato con el brazo libre, imposibilitando que le apuntara directamente. La fuerza del vampiro era muy superior a la de McIntire, así que sus forcejeos no consiguieron debilitar la presa en lo más mínimo.
―Vuestra reputación está muy sobrevalorada, mes amis ―se burló el Barón Samedí, saboreando de antemano su triunfo sobre los cazadores.
McIntire hubo de reconocer que era la peor situación en la que se habían hallado hasta el momento. Con un Amos derrumbado y balbuceante, el ímpetu de su ataque se había venido abajo. Sin las balas de sal que frenaban a las tropas de choque zonbi no tenían ninguna opción para vencer. La ventaja numérica los acabaría aplastando en breve.
―Quiebra su cuello como una rama ―ordenó con una mueca maliciosa Samedí a su lacayo.
La mirada de Marcus a su amo fue de auténtico desprecio y de un rebosante odio. No le gustaba ser una marioneta en sus manos, aunque estuviera obligado a obedecer incluso en contra de su propia voluntad.
De todas formas, no sintió pena por el humano. Merecía la muerte mil veces, era un cazador de los de su especie. Marcus sintió un especial placer cuando intensificó la tenaza que ejercía su mano sobre el frágil cuello de McIntire. Qué soberbios eran los humanos. Creer que podían rebelarse contra los que estaban por encima en la cadena alimenticia era patético. El rebaño no lucha contra el pastor, sabe cuál es su lugar y lo único que puede hacer es esperar hasta que sus amos decidan cuándo ha llegado el momento de convertirse en alimento. Ese era el único derecho que tenían aquellas miserables criaturas. Y pensar que hasta hacía bien poco había sido uno de ellos…
Por un momento llegaron a la mente de Marcus imágenes de cuando aún tenía una vida propia y todavía podía decidir por sí mismo. Las desechó sobre la marcha, para concentrarse en la agonía de su víctima moribunda.
 
Continuará…
 

 

 



 



Escrito por Raúl Montesdeoca 



 



 



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