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martes, 21 de abril de 2015

Weird West: Esclavos de la Oscuridad Cap. 9





Capítulo IX

 

Amos y Jonathan compartían el escaso espacio de la celda en la que habían sido confinados. Tan solo dos losas de piedra que hacían las veces de camastros, sobre las que se habían depositado unos jergones de paja, eran los únicos elementos que rompían aquel pequeño cubículo.

—Ahora que tenemos algo de tiempo, me gustaría que me hablases más de ese Barón comosellame y del vudú. Antes no pudimos terminar la conversación —comentó Jonathan.

—Los antiguos esclavos trajeron sus creencias de África y muchas de ellas se han conservado. Una es el vudú, la adoración de poderosos espíritus que representan a las fuerzas de la naturaleza, la vida o la muerte. La figura del Barón Samedí siempre aparece en los rituales, un bokor o hechicero suele caracterizarse como él y actúa en su nombre. Pero por la manera en la que Germaine lo dijo, estoy seguro de que creía que hablaba del verdadero —le explicó Amos.

—Pero no es una persona real. ¿Verdad? —preguntó McIntire.

—No, por supuesto que no. No más que Santa Claus, aunque Germaine creyese que sí.

—Lo que es innegable es que volvemos a tener otro vampiro en la ciudad, como mínimo. Es demasiada casualidad que ese poderoso hechicero y los malditos chupasangres hayan aparecido a la vez.

Amos no respondió. Al menos no de inmediato. Trataba de recordar algo. Era asombroso el funcionamiento del cerebro humano. Pensaba que ya había olvidado todas las historias que su abuela solía contarle ante de irse a la cama. Algo pugnaba por volver a su consciencia.

—Al Barón le suele seguir una legión de muertos. Es fácil que un vampiro pudiera hacerse pasar por él y convencer a sus seguidores de que se trata del auténtico Samedí.

—¿Muertos vivientes? Shi Kwei me comentó algo de eso. El culpable del incendio era un hombre al que, según ella, le habían arrebatado el alma. Pero no se trataba de un vampiro. Nos enfrentamos a algo distinto. Shi le dio un extraño nombre chino que ahora no recuerdo —dijo Jonathan.

—No tengo ni idea de cómo los llamarán en China, pero mi gente tiene un nombre para ellos, los zonbi. Según la tradición, son hombres y mujeres devueltos a la vida por la magia negra de un bokor. Se dice que vuelven como autómatas y que su única misión es servir al hechicero que posee su alma. Si este Barón Samedí es capaz de crear zonbi, estamos en un problema muy gordo. Un vampiro hechicero… tiemblo solo de pensarlo.

A Jonathan McIntire tampoco le gustaba el tinte que estaban tomando las cosas en su ciudad.

—Tenemos a un monstruo capaz de crear un ejército de muertos vivientes suelto por San Francisco. Y mientras tanto estamos aquí perdiendo un tiempo muy valioso, por culpa de estos polizontes corruptos. Al menos, ya es de día —dijo mirando por el ventanuco barrado de la celda.

—Si lo que mi santa abuela contaba era verdad, que Dios la tenga en su gloria, los zonbi no tienen esa limitación. Pueden andar a plena luz y tampoco sufren de las filias y fobias típicas de un vampiro. Creo recordar que eran especialmente vulnerables a la sal. No sé porqué, pero al parecer rompe el hechizo que les ata al bokor.

—Si lo que pretendías era tranquilizarme, ya te aviso que no lo has conseguido —bromeó McIntire.

—No era mi intención.

—Todo eso siempre y cuando los cuentos de tu abuela resulten ser ciertos —apuntilló Jonathan.

—¡Ah, mi abuela! Debería haber hecho más caso a sus enseñanzas y menos a las bellas muchachas de la plantación. Era una gran mujer, y muy sabia también. Hacía pócimas y fabricaba remedios para los enfermos. A su manera era también un poco bruja, en el buen sentido de la palabra. Sabía de lo que hablaba, cuando la mirabas a los ojos podías ver que había visto muchas cosas, algunas de las cuales habían dejado secuelas en su alma.

Jonathan se levantó impaciente del camastro y comenzó a llamar a voces a los alguaciles.

—¡Quiero hablar con el sheriff! ¡Es urgente!

La puerta que comunicaba la zona de los calabozos con la oficina principal se abrió. Un robusto alguacil que jugueteaba con una enorme porra en sus manos, le lanzó una advertencia.

—Como tenga que entrar ahí a hacerte callar, te voy a meter la porra por el culo hasta que te guste. El sheriff es un hombre ocupado y no tiene tiempo para mierdecillas como tú. Así que cierra la puta boca o lo lamentarás.

—Yo diría que eso es un no —le dijo Amos a Jonathan.

 

El Barón Samedí sonrió. A veces el caprichoso destino se ponía de tu lado. Oía con regocijo las noticias que le traía uno de sus más fieles seguidores humanos. Dos de los cazadores se encontraban detenidos en los calabozos de la oficina del sheriff, a la espera de ser interrogados. Era una oportunidad que no podía dejar escapar. Más pronto que tarde tendría acabar con la vida de los tres molestos humanos, pues tenía la certeza que acabaría enfrentándose a ellos por el control de la ciudad. En estos momentos, dos se encontraban indefensos y desarmados. Un plan comenzó a tomar forma en su mente.
Fotograma de American Horror history
 

La noche había sido larga y provechosa. Había trabajado sin descanso. No lo necesitaba, era una de las ventajas de ser un no muerto. Sin despedirse ni agradecer la información de su siervo, se marchó. A través de uno de los túneles de su guarida subterránea se dirigió al corral. Estaba atestado con sus creaciones, la masacre de Villa Carnicero le había proporcionado gran cantidad de material para trabajar, y sin levantar sospechas innecesarias. Eligió a dos de ellos, tocándolos con la palma de su mano. Los dos hombres comenzaron a caminar en absoluto silencio tras el barón. Llamaban la atención porque eran los únicos de raza blanca en aquel lugar húmedo, sofocante y sombrío. Aunque sí que había algo en común entre todos ellos, ninguno tenía brillo en la mirada. Sus ojos no tenían vida y nadie emitía el más mínimo sonido. Ni tan siquiera se oía el ruido de sus respiraciones.

 

—Eso han sido disparos —advirtió Jonathan.

Segundos después dos nuevas detonaciones se oyeron aún más cerca. Sonaban en la habitación contigua, en la oficina del sheriff. Jonathan y Amos pudieron ver desde la celda en la que estaban confinados como se abría la puerta y a dos alguaciles que huían en espantada hacia la puerta trasera. Tras ellos apareció el jefe O´Brian, dando gritos como un poseso mientras disparaba su revólver a un enemigo que no podían ver.

—¡Volved aquí, malditos cobardes! —amenazó a sus propios hombres.

La orden consiguió que los agentes detuvieran su huída, aunque no se les veía demasiado convencidos de quedarse. Butch O´Brien les prometió que los desollaría personalmente. si no regresaban a su puesto. Pero la intimidación perdió todo su peso cuando el jefe de alguaciles cayó de espaldas por un disparo que le atravesó el pecho.

—¡A la mierda, dimito!

Tras decir la frase, los dos desertores pusieron pies en polvorosa y desaparecieron por la parte trasera.

Dos hombres entraron en la zona de los calabozos, pasando por encima del cuerpo agonizante de Butch sin prestarle la menor atención. En sus manos portaban humeantes escopetas recortadas de dos cañones, aunque pronto se deshicieron de ellas y desenfundaron sendos revólveres.

Amos Cesay los reconoció. Eran los dos Jinetes Nocturnos que había matado la noche anterior. A uno de ellos lo había rematado a poco más de dos metros de distancia. Además, aún se veían en su piel las secuelas de los disparos a bocajarro.

—Zonbi —acertó a decir Amos.

—¡Mierda! Vamos a morir tiroteados como perros y sin poder defendernos —se lamentó McIntire.

Los cadáveres regresados a la vida de los Jinetes Nocturnos apuntaron sus armas. Jonathan apretó los dientes preparándose para el amargo final, pero el disparo definitivo se retrasaba. Uno de los asaltantes se quedó inmóvil, mirando con expresión estúpida el filo de espada que le sobresalía del pecho.
Fotograma de Kung-fu y los Siete Vampiros de Oro
 

Era Shi Kwei que había llegado como una exhalación y cargó contra uno de los zonbi, clavándole la espada que portaba en su mano izquierda. Con el enemigo inmovilizado, descargó un poderoso tajo con su brazo derecho y cercenó la cabeza del muerto viviente, que cayó rodando al suelo. Todavía tuvo tiempo de meter otra estocada al zonbi que quedaba en pie, pero la criatura pudo esquivarlo. El cadáver andante apuntó su arma contra la mujer. Incluso con su limitada inteligencia, la identificó como una amenaza. Trataba de buscar un hueco por el que disparar entre la barrera metálica que formaba la china con sus espadas. Se hacía difícil usar el revólver en un combate cuerpo a cuerpo tan intenso, pues Shi no cejaba en sus embestidas. Disparó, pero el proyectil falló al ser desviada su arma en el último segundo por una patada circular de la joven.

Shi Kwei lanzó adelante su brazo izquierdo y la hoja se clavó en el vientre de su enemigo, que retrocedió con el golpe. Sin pausa ni piedad apuñaló también con el brazo derecho, causándole una profunda herida a la altura del corazón. Eso habría bastado para acabar con cualquier criatura viva, pero se enfrentaba a un muerto viviente y la resistencia de la criatura era asombrosa. Shi echó un rápido vistazo al cuerpo ya sin vida del jefe O´Brian, que seguía tirado en el suelo. Siempre sin dejar de vigilar a su adversario, se fijó en el manojo de llaves que llevaba enganchado en su cinto. Decidió hacer un cambio en su estrategia.

Con una increíble cabriola echó su cuerpo hacia atrás y, haciendo un salto mortal, cayó junto al difunto Butch. Arrancó las llaves de su sujeción y las lanzó hacia la celda.

El zonbi intentó agarrarla con su mano libre, mas era demasiado lento para la agilidad de la artista marcial. Con un sordo gruñido de frustración, el único sonido que hacían aquellas criaturas, volvió a disparar su arma contra la muchacha. Esta vez sí acertó en su objetivo. Aunque no fue una herida mortal, sí que la bala atravesó el muslo derecho de Kwei. La muchacha lanzó un casi inaudible gemido de dolor.

Jonathan buscaba desesperadamente la llave que abría su celda. Respiró aliviado cuando al fin oyó el ruido del cerrojo al abrirse. Nada más tener el paso libre, Amos cargó contra el zonbi. Le propinó un rotundo puñetazo, pero no consiguió nada. Jonathan se lanzó contra el enemigo, abrazándolo para inmovilizarlo. El zonbi forcejeaba, intentando liberarse.

—¡Shi, acaba con él! No voy a poder sujetarlo mucho tiempo más.

La joven china trató de levantarse. Al apoyar el peso de su cuerpo sobre la pierna herida, el dolor le impidió ponerse en pie.

Amos se dio cuenta de que no iba a ninguna parte golpeando al monstruo con las manos desnudas y se sumó al plan de Jonathan. Tirándose sobre el zonbi, lo agarró por los brazos con toda la fuerza de sus musculosos biceps. La criatura continuaba revolviéndose como una fiera.

Shi Kwei ignoró el lacerante latigazo que recorría su pierna y recorrió el corto espacio que le separaba de sus compañeros, aunque a ella se le antojó una eternidad. Con el zonbi inmovilizado en el suelo, fue relativamente fácil acabar con él.

 
Continuará…


 

 

 

Escrito por Raúl Montesdeoca 

 

 

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