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miércoles, 5 de febrero de 2014

Lem Ryan nos habla de Curtis Garland

 
Hoy es el aniversario de la pérdida de uno de los grandes, del maestro Juan Gallardo MuñozCurtis Garland
Desde Dlorean, queremos rendir un pequeño homenaje al maestro, y para ello nada mejor que las palabras de otro monstruo de los bolsilibros como es Lem Ryan.
Nadie mejor que él, para hablar  de su compañero y amigo, y darle a conocer a las nuevas generaciones y a quien no conozca la obra de Garland, que muy pronto veréis de parte de Dlorean.
 
 
Juan Gallardo MuñozCurtis Garland
"Cuando yo era un muchacho (vamos, ayer mismo), lo normal si ibas en metro, esperabas en la peluquería o te tomabas un café en un bar antes de entrar al trabajo, en lugar de gente wasapeando o jugando al Candy Crush de las narices con el móvil, era ver personas leyendo revistas o aquellas novelitas de a duro. La finalidad era la misma, pasar el rato lo más distraído posible, aunque permítanme que ponga en duda la calidad alienatoria de unos y otras. Y, por muy zoquete o poco observador que uno fuera, de tanto ver siempre los mismos nombres repetidos en las portadas, acababan haciéndose familiares ni que fuese remotamente. Desde "El Cordobés" a Estefania, aunque no se fuese aficionado a esa clase de lecturas, los conocías. E, invariablemente, algún día acababas encontrándote con una de esas revistas o novelitas delante de la cara.
 
No recuerdo cuándo leí yo mi primer bolsilibro. Debió ser entre los últimos cursos de primaria, la antigua EGB. Hasta entonces mi hambre lectora se saciaba a base de cómic-books de la Marvel (había poca representación de DC por esos días en el mercado, aunque de tanto en tanto alguno pillaba), que conseguía en un local de compra-venta muy cercano, las "Duchas Públicas", que se llamaba así porque también se dedicaba a eso: por aquella época al parecer podían convivir los negocios más variopintos en el mismo lugar. Por un duro, volvías a casa con una cantidad de tesoros increíble. Pero, como iba allí prácticamente cada día -salvo los fines de semana, en que mis padres se empeñaban en arrastrarme a la casa de Gerona, con lo que tenía que pertrecharme el viernes con todo lo necesario para soportar tantas jornadas lejos del mundanal ruido-, llegó uno en que descubrí que ya me había pulido todos los tebeos (¡No podía ser! ¿Qué iba a ser de mí, Dios mío?) y tuve que explorar en otros cajones en busca de nuevas maravillas.

 
Y allí estaban: viejos y feos, con las hojas amarillentas y las portadas agrietadas y descoloridas, algunos con viejas señales de sus antiguos poseedores, con los lomos deformados de tantas veces que habían sido abiertos. Con títulos como "Titanes de vida eterna", "El enviado de Bongo", "Robinsones del espacio"... Prometiendo delicias sin cuento (o con cuento en este caso). Y, claro, caí en ellos. Ofrecí poca resistencia, ésa es la verdad. Pero, sinceramente, no consigo recordar cuál fue el primero, y es una lástima. Se ha perdido entre el maremágnum de títulos que vinieron después.
 

Tampoco me acuerdo de cuál de ellos fue con el que conocí a Curtis Garland (y esto empieza a ser preocupante, debería hacerme una prueba del Alzheimer), aunque no importa: cualquiera de ellos me hubiese servido igual para engancharme a él, porque todos rebosaban calidad y un amor por el lenguaje y un cuidado por el detalle exquisitos. Fuese cual fuese, bendito el día que lo encontré. Porque con él encontré mi camino. Con él descubrí que no importa sólo lo que se diga, sino también cómo se diga. Descubrí la belleza en las palabras, la fuerza en las frases, el ritmo en los párrafos; descubrí que los diálogos deben ser fluidos, que la descripción ha de crear ambiente, que cada letra cuenta cuando se trata de relatar una historia. Me descubrí, creo, a mí mismo y nunca le estaré lo suficientemente agradecido por ello.
Me hubiese gustado conocerle personalmente durante la etapa en que colaboré con Bruguera, pero no pudo ser porque la editorial no facilitaba los contactos y nunca llegamos a coincidir en las oficinas. Fue mucho más tarde, para mi gusto, y gracias a la intermediación de un gran aficionado, Jose Carlos Canalda, que lo conseguí. Y pude comprobar entonces que no sólo era un gran escritor, sino además una excelente persona. Jovial, siempre sonriente, a pesar de los duros tragos por los que pasaba en ese momento de su vida. Enamorado a pesar de todo de su profesión, y orgulloso de lo que había conseguido con ella: entretener, divertir a generaciones enteras, que no es poco. Bruguera ya no existía y apenas conseguía publicar alguna cosa en editoriales que se distribuían poco y mal, sobre todo en Sudamérica. Triste final para uno de nuestros mejores autores.
 

 
Ahora Editorial Dlorean se va a hacer cargo de intentar corregir en parte ese error de nuestra historia reciente. Me han pedido que en esta entrada explicase algo sobre su vida y su obra, pero la primera se halla suficientemente explicada en uno de sus últimos trabajos, esa hermosa autobiografía editada por Ediciones Morsa que lleva por título "Yo, Curtis Garland"; y la segunda es tan ingente, tan monstruosa (más de dos mil títulos, ¡por Dios!), que todo cuanto pudiera yo decir quedaría enano ante la realidad. El solo hecho de seleccionar una muestra para esta reedición significará una labor colosal, y seguro que muchísimas de sus mejores obras quedarán fuera de ella, pero seguro también que lo que esté será representativo de lo que hizo en su día. Porque cultivó todos los géneros, se atrevió con todo, desde el western a la literatura erótica. Si se podía escribir, él lo hacía. Y si no se podía, también. Siempre con ese amor, con esa pasión y ese cuidado que él ponía en cuanto escribía.
La inmensa y variada obra literaria de Garland
 

Parecerá un tópico lleno de amargura, pero es cierto que si éste fuera otro país, Juan Gallardo Muñoz tendría ahora mismo el reconocimiento que en otros lugares se reserva para todos aquellos autores míticos de la literatura pulp que después trascendieron fronteras. Su nombre debería estar junto a los de Burroughs, Rohmer, Fleming, Howards o Lovecraft. Debería ser el equivalente a todos ellos en nuestra literatura, y su obra estudiada con la consideración que merece junto al resto de ese fenómeno que en su día fue el bolsilibro. Pero esto es España, con todos sus complejos y miserias, y al parecer lo nuestro no vale. Que es lo mismo que decir que nosotros, los españoles, no valemos en comparación con lo que viene de fuera, que siempre será mejor y más bonito. Con esa escala de valores, así nos va. Y así nos irá, por desgracia.
Pero todo llegará. Como te dije en persona en su día, Juan, y como he repetido luego en público una y otra vez, y lo vuelvo a hacer ahora: vendrá el día en que se te valore con justicia. Y yo lo veré, estoy seguro."
 
LEM RYAN
 

5 comentarios:

  1. Conocí a Curtis Garland allá por el 2007, a través de un bolsilibro de páginas amarillas que encontré en un puesto de diarios en Mar del Plata: El Ojo de Dios. Demás está decir que quedé enganchado, y compro cada bolsilibro que encuentro. Ojalá sus reediciones lleguen hasta Argentina, incluso la bio del autor, me encantaría poder leerlos todos.
    Un fraternal abrazo

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  2. Magnífico artículo, leí la autobiografía de Garland hace poco... y qué bien capta el momento, con aquellos puestos de cambio de tebeos en los sitios más insólitos... gracias!

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  3. Gran artículo sobre un grande. Sugiero a Dlorean que meta el texto de Lem como presentación al volumen 1 de la colección "Donald Curtis Garland"...

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  4. "Si se podía escribir, él lo hacía. Y si no se podía, también."
    A buen entendedor, pocas palabras.
    Sobre todo para un genio que tiene en su haber mas de 2.000 títulos.

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  5. Muy buen texto. Yo sí recuerdo el primer bolsilibro que leí: EL DISCÍPULO DE FRANKENSTEIN, de, cómo no, Curtis Garland. Espero que figure en esta selección que nos va a ofrecer Dlorean...

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