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jueves, 17 de diciembre de 2015

Descubrimos a los autores tras Jazz Negroponte: Vicente Álvarez y Ángel Vallecito

 
 
 
 
 
Ayer, en el Café Teatro Zorrilla de Valladolid, fue la presentación en sociedad de Jazz Negroponte y donde se desveló que dos autores se esconden tras la emocionante y fantástica saga de novelas de Negroponte.
“Ya no creo en las buenas personas. Nadie debería hacerlo... Mi nombre es Adam. Trabajaba para tu gobierno. Yo ya no creo en nadie». Así comienza la primera historia de Negroponte, titulada los 80 Diablos.
Detrás de la propuesta literaria conocida como JAZZ NEGROPONTE se esconde un proyecto abierto encabezado por dos novelistas de amplia y contrastada trayectoria que intentan dar salida a una serie de novelas de género negro escritas bajo las premisas del entretenimiento, la continuidad a modo de saga, la cultura pop y la tradición pulp.

Se trata de historias entretenidas y amenas; muy bien escritas, novelas en las que se mezclan todo tipo de géneros, desde el policíaco al fantástico, pasando por la aventura, el de espías, el misterio, el thriller, el folletín y la novela negra. Son novelas cortas pensadas en su continuidad a modo de serie abierta, tomando como ejemplo la tradición de los cómics y las novelas pulp de toda la vida.
El protagonista de esta serie de novelas llamada Negroponte, se trata de un ex agente del servicio secreto español al que su gobierno, después de quince años de trabajo, le ha traicionado y, a partir de ahí, se ha convertido en un justiciero.
Adam Negroponte, descubrirá a lo largo de la novelas que nada es lo que parece. No sólo tendrá que salvar su vida  de una identidad que le han puesto, si no si descubrir si vale en verdad la pena salvarla.
Se enfrentará a su propio gobierno que lo quiere matar a toda costa, a mafias, diablos y exorcistas que pregonan la salvación del mundo, la Yakuza y muchos peligros más.
En unas historias llenas de emociones fuertes, acción a raudales, en una saga que no dará respiro.
Paco Domínguez(editor de Dlorean), Victoria M. Niño (periodista),  y los escritores: Vicente Álvarez y Ángel Vallecillo
 
Ya se desvelaron en la presentación del segundo título,  quienes se ocultaban tras el seudónimo de Jazz Negroponte. Se trata de los escritores Vicente Álvarez y Ángel Vallecito.

Los autores, firmando ejemplares en la presentación de ayer.


-Vicente Álvarez de la Viuda nació en Valladolid un diez de octubre de mil novecientos sesenta y tres.

 

Es autor de muchas y exitosas novelas como El Secreto del Pirata y la saga de libros del detective  de libros Ariel Conceiro, con títulos como “El Necronomicón Nazi” y "El asesino de Bécquer" o "El Montecristo mutilado".
Tiene varios premios literarios en su carrera:
-Premio Tomás Salvador de Narrativa 1991, organizado por la Diputación de Palencia; con el libro de relatos “Improvisación en Fuga”.
-Premio Manuel Díaz Luis 1991, Premio de Novela Ciudad de Monleón, con la novela “Arcimboldo Ballet”.
-Premio de Novela Castilla-La Mancha 2002, con la novela “Génesis 1.32”
Premio Destino-Guión 2003, con la novela “El mercenario del Dux”.
-Ganador del Primer Certamen de Novela Corta Villa Colmenar Viejo 2009, con la novela “El Tour de Francia y las magnolias del doctor Jeckyll”

-Fue además, finalista del premio Nadal.
 
 
Vicente Álvarez ha formado parte del jurado de guiones del Festival de Cine de Medina del Campo y de la Sección de Tiempo de Historia de la Seminci. Pernocta habitualmente en El Faro de Aqualung y, desde el año 2003, escribe una columna semanal en El Norte de Castilla.



-Ángel Vallecillo

 

 (Valladolid, 1968) es un escritor que compagina la literatura con la fotografía. Desarrolla su vida profesional entre las ciudades de Santa Cruz de Tenerife y Valladolid. Ha publicado decenas de artículos sobre naturaleza y fondos marinos de las Islas Canarias ilustrados con las imágenes del fotógrafo Sergio más reseñables están la novela Colapsos (premio Miguel Delibes 2006) y Mar Atlante
Ha escrito novelas como: Relatos histéricos, Los comedores de tierra, La sombra de una sombra, Mar Atlante, Colapsos y Hay un millón de razas.
En 2005, gana el Premio Miguel Delibes con la obra Colapsos.


 
Por el momento, hay publicadas dos volúmenes de la saga Negroponte:
-NEGROPONTE VOL. 1: Los 80 Diablos& El murciélago y el infierno
-NEGROPONTE VOL. 2: La Caída& Escalera al cielo
 
 
 
 
 
Las dos novelas, se pueden conseguir en la web de Dlorean

martes, 8 de diciembre de 2015

Weird West: Caminante de la Piel cap. 7

 
 
 
 
 
Weird West: Caminante de la piel Cap. 7
Escrito por J.r. Del Rio
VII
 
VII
Uno de los salvajes, que había llegado a hacerse con el rifle antes de retroceder, devolvió el fuego. El otro rodeó la hoguera, agazapado, ya más animal que hombre, armado con un cuchillo que movía en círculos. Huxley retrocedió unos pasos, buscando cobertura y disparando a la vez. Curtis no reparó en el renegado del cuchillo hasta que lo tuvo prácticamente encima. Disparó el rifle dos veces, impactando en el torso de su atacante, que se sacudió pero no detuvo la carga. Parecía presa de un frenesí similar a la rabia: sus ojos brillaban, echaba espumarajos por la boca y, aún con dos balas en el cuerpo, llegó hasta él. Consiguió clavarle el cuchillo a Curtis en el bajo vientre y rajarlo luego hasta el cuello, muriendo al mismo tiempo que mataba.
—¡Curtis! —gritó Huxley, viéndolo caer. Otra bala le pasó demasiado cerca, arrancándole la gorra. Puso rodilla en tierra, apuntó y acertó en la frente del último renegado; volándole la mitad del cráneo.
Murió el eco del disparo, al que siguió un sonido que le puso los pelos de punta. Un aullido resonó en el valle bañado por la luna; un sonido bestial que no podía brotar de una garganta humana.
Cuchillo Rojo ya era un gigante por mérito propio, pero ahora Billy lo veía crecer delante de sus ojos. Ensancharse y estirarse, mientras gruesas cerdas negras brotaban traspasando la piel y la espalda se encorvaba hasta volverse un lomo. Las piernas eran ahora patas, flexionadas en un ángulo distinto al de los hombres; los brazos, largos como los de un gran simio, llegaban al suelo y acababan en unas manazas armadas con uñas como cuchillos. Agachó la cabeza y, cuando volvió a alzarla, Billy vio el rostro convertido en morro, al que ya habían empezado a crecerle los colmillos. Las orejas eran grandes y acabadas en punta, elevándose por encima del cráneo achatado.
Desarmado y consciente de no tener nada con qué combatir, retrocedió mientras la bestia, el caminante de la piel, se arrancaba los últimos retazos de pellejo humano que lo cubrían. Alzó hacia el cielo, hacia la luna llena, sus fauces babeantes y prorrumpió en un espantoso aullido de victoria, capaz de helar la sangre del más resuelto.
—Gran Espíritu… —Fue todo lo que el joven llegó a farfullar; después tuvo que saltar hacia atrás, para eludir una dentellada que estuvo a un pelo de arrancarle la cabeza.
A los colmillos siguieron las garras, y Billy debió hurtar el cuerpo, agacharse y arrojarse al suelo, llevándose unos cuantos rasguños en los hombros. Rodó y se incorporó a tiempo de esquivar otro zarpazo, pero no llegó a evitar del todo el siguiente, que lo desgarró largo y profundo a lo largo de la espalda. Se le nubló la vista y cayó de bruces, traspasado por un dolor lacerante.
Tendido en el suelo, Billy sintió el fétido hálito de la bestia sobre sobre él, junto con el goteo de su saliva ardiente. Lo sabía allí, inclinado sobre él y preparando el mordisco fatal.
—¡Muere, monstruo! —El grito, lastimoso y magnífico en su patetismo, salió de boca del teniente Chance quien, sacando fuerzas sólo él sabía dónde, arremetió contra la bestia. Abrazado al grueso cogote con el muñón que era su brazo derecho, empuñaba en la mano izquierda un cuchillo indio, con el que apuñaló con saña—. ¡Esto es por mis hombres!
Clavó repetidamente la hoja en la monstruosa faz, en el hocico y en uno de los ojos, vaciándolo. La bestia se irguió con un bramido de dolor, acosada también por una súbita descarga de plomo proveniente del rifle de Huxley, que avanzaba disparando. En el suelo, Billy empezó a reptar, buscando distanciarse de la lucha, una de la que se retiraba humillado y vencido.
—He fallado, abuelo —murmuró, con los ojos cerrados—. He fallado, y todos vamos a morir…
Un aliento agradablemente cálido, que olía a hierbas, sopló entonces sobre su mejilla. A éste siguió el familiar contacto del hocico húmedo, y Billy abrió los ojos para encontrarse con «Viento», su fiel potro. Su lealtad había probado ser más fuerte que el miedo, y allí estaba ahora, de nuevo junto a su jinete, intentando reanimarlo.
—«Viento» —dijo, los ojos empañados por lágrimas de gratitud—. No podías abandonarme, ¿verdad?
Logró incorporarse asido a sus crines. La herida de su espalda parecía palpitar, quemarlo por dentro, pero la visión del asta que colgaba sujeta a los arreos le devolvió las fuerzas, recordándole que no todo estaba perdido. Desató los nudos y empuñó la lanza con las dos manos, después de quitar la funda y desnudar la punta resplandeciente: una lágrima de plata bajo la luz de la luna.
—¡Suéltelo, teniente! —pidió Huxley, que había cesado el fuego por miedo a herirlo, pues Chance permanecía colgado del cuello de la bestia, que hasta el momento no conseguía quitárselo de encima.
—¡Dispare, sargento! ¡No se preocupe por mí! —gritó éste— ¡Es una orden!
Y fue la última que dio. No había conseguido malherir al monstruo, pero bien que lo había molestado y éste, furioso, lo sujetó por un brazo y una pierna. De tal modo lo alzó en vilo; para luego partirlo en dos.
El corpachón del teniente Chance se deshizo en una explosión de sangre y vísceras. La bestia dejó caer las mitades y se encaró con el sargento. Había vuelto a crecerle el ojo, que brillaba junto al otro con un fulgor demoníaco.
Huxley se cagó en todo lo que pudo recordar mientras abría fuego con el Winchester. Las balas golpearon a la bestia sin lograr detener su avance, apenas retrasándolo un poco. Disparó hasta volver a vaciar el rifle. Entonces lo desechó y desenfundó el Colt, con el que siguió tiroteándolo. La bestia no se detuvo.
«¡Clic!», fue el sonido, fatídico, que siguió a la sexta detonación. Frente a él, la bestia parecía sonreír, relamerse las fauces para el festín. Huxley sintió el impulso de darse la vuelta y echar a correr, pero supo que no llegaría a ningún lugar. Era el fin  —no en el campo de batalla que había imaginado, o en el apacible lecho de vejez que hubiera deseado— sino allí, entre los colmillos de una bestia que no debía existir.
Con un grito de guerra que se impuso al sordo gruñir de la criatura, Billy regresó al combate. Lo hizo empuñando la lanza de su abuelo, cuya punta de plata capturó un destello de luna llena antes de clavarse en el peludo costado. Esta vez sí, oyeron a la bestia aullar del dolor. Del verdadero. La herida que abrió la lanza sangraba a chorros y humeaba al mismo tiempo: el argénteo metal le quemaba la carne. Billy supo, con satisfacción, que era una herida que Cuchillo Rojo no podría sanar.
—¡Caminante de la piel! —exclamó en la lengua de sus ancestros— ¡Regresa a la tierra de las sombras!
Retorció la lanza en la herida, agrandándola todo lo que pudo antes de arrancarla de un tirón y volver a clavarla, de abajo hacia arriba, en el cuello. La punta traspasó pelaje y músculo como si fuese barro, la sangre brotó en un surtidor ardiente que empapó a Billy. La bestia cayó de espaldas, arañando el aire con las zarpas. Mientras lo hacía, se fue haciendo más pequeña, el negro pelaje retrayéndose hasta desaparecer, y revelando a un hombre desnudo. Y bien muerto.
El joven piel roja desclavó la lanza del cadáver y se apoyó en ella, a duras penas capaz de mantenerse en pie. Huxley se acercó para ayudarlo a llegar hasta los caballos.
—Se acabó —murmuró Billy.
Y una voz profunda le respondió desde las sombras:
—Eso crees tú, Ciervo Ágil. Habrás matado a una bestia, pero la que habita en tu interior sólo acaba de despertar.
¿Fin?
Dedicado a Ezequiel, quien tuvo la idea del relato en primer lugar.
Te amo, hijo, y espero que —cuando tengas la edad para leer las locuras de tu padre—, te guste el resultado de esta historia de «vaqueros contra el hombre lobo» que tú mismo sugeriste.
La colección de Weird West, se puede adquirir aquí:

martes, 1 de diciembre de 2015

Weird West: Caminante de la Piel Cap. 6

 
 
 
 

Weird West: Caminante de la piel Cap. 6

Escrito por J.r. Del Rio
VI
La galería central hedía a sangre seca y carne rancia; a muerte vieja. Los huesos mondos de al menos una docena de cuerpos cubrían el suelo como una macabra alfombra, crujiendo bajo los mocasines de Billy cuando éste entró. Dio un paso más hacia el interior, murmuró una plegaria al Gran Espíritu para vencer la repulsa que aquel lugar le provocaba y siguió avanzando. La luz de la tea mostró la pared del fondo y las imágenes allí pintadas: dibujos simples, toscos, pero que narraban en su sencillez una historia tan horripilante como cierta. Cuando Billy se acercó para examinarlos, estos cobraron vida de repente, enseñándole el pasado.
Allí se habían refugiado Cuchillo Rojo y su gente durante el invierno; allí, también, era donde habían tomado la elección que los condenó, que los convirtió en pa•psa’lo, en fieras con piel de hombre. Y a su líder en algo todavía peor. Imágenes de pesadilla llenaron el ojo de su mente: carne, sangre y sufrimiento. El sacrificio de unos por la supervivencia de otros, los más fuertes. Y, presidiendo aquella orgía de atrocidades, siempre embozado bajo la piel de lobo, estaba él. El brujo oscuro, el verdadero enemigo: Corre con Lobos.
Cuando Billy parpadeó, lo tenía delante. No como una visión del pasado, sino como una realidad del presente.
—Prepárate, Ciervo Ágil —dijo, soplando sobre su cara un espeso polvo que se le introdujo por la boca y nariz, además de cegarlo—. Estás a punto de emprender tu viaje.
Billy cayó, teniendo arcadas y sacudiéndose como si acabara de picarlo un escorpión. Sentía que se le agarrotaban las extremidades y se le cerraba la garganta. Que el cuerpo dejaba de pertenecerle, a medida que la oscuridad iba enturbiándole la mente.
Ya la niebla se había disipado cuando Huxley y Curtis llegaron al lugar de la emboscada. En el camino se encontraron con las monturas de sus compañeros, y Curtis aprovechó para hacerse con el caballo de Colorado y no fatigar más al del sargento, que venía llevándolos a los dos al galope desde el bosque. Pero al entrar en el paso no encontraron ningún cadáver; sólo numerosas salpicaduras de sangre. Y algo más.
—¡Diablos! Mira esto, Curtis —dijo Huxley, con voz apagada. Ambos habían desmontado para examinar el terreno, donde hallaron casquillos de bala. Pero ni un cuerpo, ya fuera de los suyos o del enemigo. Eso no era normal.
—Joder —exclamó el soldado, al que casi se le escapó el cigarro de la boca al ver lo que el sargento le señalaba. Se trataba de la mano derecha del teniente Chance, rodeada por un espeso charco de sangre, y que reconocieron por el sable que todavía empuñaba.
—¿Dónde están los demás? —preguntó exaltado.
—¿Y dónde está el resto del teniente? —preguntó a su vez Huxley, enarcando las cejas.
Algo se aferró entonces a la pierna derecha de Curtis, tironeando de la pernera del pantalón y haciéndole dar un salto. Al volverse se encontró con una mano ensangrentada, unida a un cuerpo deshecho del que escapó una única y ronca súplica:
—Ayuda…
Los dos tardaron en reconocer, en ese torso destrozado, en esa faz balbuceante, donde echaban en falta un ojo y la mitad de la nariz, al soldado Baker. También le faltaban las piernas, una arrancada a la altura de la ingle y la otra por encima de la rodilla, por lo que reptaba sobre los codos y el vientre, como una babosa que dejara una estela roja a su paso. La visión fue demasiado para Curtis, que se dobló sobre sí mismo, emitió una sorda arcada y echó fuera cuanto tenía en el estómago.
—¡Baker! —exclamó Huxley, logrando a duras penas conservar la entereza—. ¿Quién te hizo esto?
—La niebla…
—¿Y dónde están los demás?
—Se los llevó…
—¿Quién se los llevó, soldado? ¿Quién? —Huxley estaba casi gritando, inclinado sobre el rostro del moribundo, quien le obsequió con una sonrisa manchada de sangre y repitió, antes de expirar:
—La niebla… —Y quedó inerte.
Huxley le cerró el ojo que aún conservaba. Curtis se enderezó, enjugó sus ojos y encendió otro cigarro para quitarse el mal sabor del vómito de la boca. Luego se miraron.
—¿Qué te dijo?
—Que se los llevó la niebla.
—¿Y tú le crees?
El sargento se encogió de hombros. Trataba de parecer tranquilo, pero lo cierto es que estaba temblando.
—Algo se los llevó, Curtis. Y no podemos marcharnos sin saber si están vivos. Y si lo están, posiblemente necesitan nuestra ayuda.
—Detesto cada vez más esta misión, sargento.
—Yo también, soldado.
Siguieron avanzando a través del paso a pie, llevando los caballos por las bridas, pues el sol se había puesto y a oscuras, y en un terreno tan accidentado, el riesgo de un accidente era alto. Ya brillaban sobre ellos las primeras estrellas cuando dieron con su segundo hallazgo, uno que se les acercó al trote.
—¡Es «Viento»! —exclamó Huxley, reconociendo al potro de Billy, que venía en sentido contrario y parecía muy nervioso. El sargento avanzó para acariciarle hocico y cuello, y palmearle con afecto los flancos.
—Eso es, muchacho, eso es. Tranquilo —susurró—. ¿Dónde está tu amo, eh?
El inteligente animal no le respondió, pero poco le faltó para hacerlo. Huxley se apartó de él, pensativo.
—¿Y ahora, sargento?
—Seguimos sus huellas. Al final, sabremos qué pasó con Billy y los demás.
—Esta misión se pone cada vez más extraña, ¿sabe?
—Lo sé.
En el fondo del valle, rodeado por las paredes de las sierras, ardía una gran fogata a cuyo alrededor —y bajo la luz espectral de la luna llena— tenía lugar una ceremonia tan milenaria como impía. La iniciación de un guerrero en la senda del pa•psa’lo hími•n, del Lobo Caníbal, el monstruo que se nutre de la carne de sus congéneres.
Sentados cerca de la hoguera, desnudos los torsos y sucias de sangre las manos y los rostros, se hallaban los cuatro guerreros; los cuatro renegados de Cuchillo Rojo. Ellos ya habían comido, como delataban los restos que se apilaban a su alrededor; huesos sanguinolentos a los que habían arrancado la carne a dentelladas. Con la casaca hecha harapos sobre su poderoso torso, el teniente Chance colgaba, amarrado al tronco de un árbol, por la cintura y el brazo que conservaba ileso, pero inconsciente. De pie junto a él estaba el propio Cuchillo Rojo, un gigante silencioso que aguardaba órdenes. Y éstas las daba Corre con Lobos, que permanecía al otro lado de la hoguera, desde donde dirigía los ritos.
Frente a Chance y dándole la espalda a las llamas, con las pupilas dilatadas y la mirada ausente, perdida en algo que sólo él podía ver, se encontraba Billy, a punto de iniciarse en el canibalismo.
—¿Deseas fuerza? —preguntó la voz seductora, cargada de promesas, de Corre con Lobos—. ¿Deseas valor? ¿Deseas poder?
—Tómalos —respondieron los cuatro salvajes en torno al fuego, como en un absurdo aquelarre.
Y una parte dentro de Billy, mal que le pesase, ansiaba esa fuerza. Ansiaba ese valor, ese poder. Él, que había visto a su pueblo pisoteado por la ambición del hombre blanco; humillado, expulsado de sus tierras, recluido en reservas y forzado a aprender la doctrina de un dios que no era el suyo… Ansiaba hallar la manera de recuperar todo aquello que les había sido arrebatado. 
—Bebe la sangre y que ésta hierva en tus venas —prosiguió el brujo—. Devora la carne y que ésta inflame tu pecho. ¡Tómalos!
—¡Tómalos!— repitió el coro de salvajes.
Como obedeciendo a una señal implícita, Cuchillo Rojo sacó su puñal y deslizó el filo por el pecho expuesto del teniente, que despertó estremeciéndose y soltando un quejido ronco. El filo del jefe guerrero cortó profundo y con pericia, trazando un semicírculo. Bastó luego un tirón para arrancar el pedazo, una lonja sangrienta de músculo y piel que dejó a su dueño sollozando de agonía.
—¡Tómalos! —insistió Corre con Lobos. A la par, en una bárbara parodia de la Comunión, Cuchillo Rojo acercó la roja rodaja de humanidad recién cortada a la boca entreabierta de Billy.
—¡Tómalos! —repitieron los cuatro.
El olor embriagador de la sangre asaltó las fosas nasales de Billy, despertando el instinto más básico. Desde el fondo de su ser, más allá del corazón y las entrañas, una fiera voraz empezó a desperezarse, a roerlo por dentro. El cántico se intensificó.
—¡Tómalos! ¡Tómalos! ¡Tómalos!
El joven abrió la boca cuando la sangre goteó sobre sus labios. Los salvajes junto al fuego, el brujo y Cuchillo Rojo empezaron a aullar a un tiempo; una manada de lobos humanos que festejaba triunfal la llegada de un nuevo cazador a sus filas. Entonces sonó el primer disparo y uno de los renegados cayó hacia delante, con los brazos abiertos y traspasado de parte a parte. Otro intentó volverse, ya con el rifle en las manos, y el segundo disparo le arrancó la mitad inferior del rostro, maxilar incluido. Eran Huxley y Curtis, que abandonaban las rocas donde habían permanecido ocultos para irrumpir en el valle disparando sus Winchesters, confiados en la ventaja de la sorpresa contra la superioridad numérica.
—¡Billy! —gritó el sargento al reconocer a su joven amigo. Y volvió a disparar, acercándose al fuego y obligando a los dos renegados restantes a retroceder.
Billy cerró los ojos un momento. Cuando volvió a abrirlos brillaban despejados, libres de la bruma del hechizo, igual que su mente. Cuchillo Rojo tardó un segundo de más en advertirlo, que él aprovechó para sorprenderlo con un puñetazo que lo hizo rodar por tierra. Después desenvainó el cuchillo y corrió junto al teniente.
—Sabía… que eras… un salvaje traidor… como toda tu sucia raza —masculló éste, que aún mutilado y maltrecho permanecía fiel a sus convicciones. Billy torció el gesto.
—Mejor deje de retorcerse, teniente —dijo, cortándole las ligaduras—. No querría lastimarlo.
Alcanzó a liberarlo justo a tiempo para ver al corpachón de Cuchillo Rojo que, recuperado del golpe, se arrojó sobre él, derribándolo. Rodaron por el suelo, trabados como dos panteras, cada uno armado con un puñal y luchando por clavarlo en la piel del otro. Billy era más joven y estaba en la cúspide de sus capacidades físicas, pero la fuerza del caudillo renegado era sobrehumana y no tardó en quedar encima de él. Con una mano aplastó la muñeca armada del scout contra el suelo, inmovilizándola, mientras la otra alzaba el puñal, listo para dejarlo caer sobre el pecho desnudo de su enemigo. Billy se retorció inútilmente y estiró con desesperación el brazo libre hasta aferrar una piedra,  asestando luego en un terrible golpe contra la cabeza de su adversario.
Cuchillo Rojo cayó, sangrando en abundancia por una brecha recién abierta en la sien. Con un grito de guerra, Billy se le echó encima. Hundió el cuchillo hasta el mango en el musculoso vientre, retorciéndolo y dejándolo ahí clavado. Después se incorporó resoplando como un fuelle. Al hacerlo, se encontró con la mirada aterrorizada del teniente Chance, clavada en algo que sucedía detrás de Billy. Algo imposible.
—¿Crees que puedes matarme como a cualquier hombre, Ciervo Ágil?
Billy se volvió, sin dar crédito a lo que oía, y menos aún a lo que vio. Cuchillo Rojo había vuelto a levantarse y acababa de arrancarse el cuchillo del estómago. La herida, que llegaba hasta las tripas, se cerró por sí sola en cuestión de segundos, sin dejar cicatriz o marca alguna. Billy pensó en las palabras de su abuelo y en la poderosa medicina que éste le diera para enfrentarse a las fuerzas de la oscuridad. La misma que él había perdido por el camino.
—Soy mucho más que eso… ¡soy un caminante de la piel! —La voz del caudillo trocó en un gruñido animal, los ojos relucientes como un par de ascuas amarillas.
Después, empezó a cambiar.

Continuará...

 

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